Despierta mi mente
y te haré volar alto.

16 abr 2018

Amours toxiques


Solo he amado una vez, la primera, la más auténtica; sin límites.
Solo he amado una vez, con todo el alma, el corazón,
y muy a mi pesar, con la cabeza y la razón ausentes,
apagadas, fuera de cobertura y en modo avión.
Llegaste a mí como la primera risa de un bebé,
con un cierto toque de magia, de confidencialidad, de inocencia.
Llegaste a mí en enero, fuiste el calor de mi frío invierno.
No fuiste la llama de la que todos los enamorados hablan,
sino más bien un volcán en erupción
llevándose a su paso todo lo que hubiese por delante.
Febrero a la vuelta de la esquina y tú tan ardiente como el primer día.
Llegó marzo y nuestra relación florecía como las amapolas del campo.
Después abril y partimos su tiempo entre llorar y reír.
Mayo, sus rayos de sol y sus besos bajo él.
Se presentó junio; yo ansiosa por sus días de claridad
pero me atrapó como el tsunami de Samoa, a contracorriente.
Continuó julio, sus largos días,
sus vientos del sur arrastrando el cálido y seco aire del Sahara,
¡cómo si no tuviese suficiente en este eterno
Agosto tuvo la culpa de todas esas luchas.
Setiembre, equinoccio de otoño...
¿Se puede pasar del calor al frío viviendo en Domo Fuji?
Seguí marchitándome en octubre
y los pájaros de mi cabeza migraban
en busca de lo perdido y de lo soñado.
Las dudas de noviembre y el frío interno de siempre.
Diciembre, con sus nieblas y nubes,
la última fruta y la primera flor,
dame calor y dejemos a un lado el dolor.
Enero, claro y heladero,
enfados pasajeros.
Febrero, nuestro mes, el más corto y el más ruin.
Marzo varía siete veces al día,
nosotros seguimos con nuestra monotonía.
En abril, aguas mil; tus palabras como un misil.
Se preparó mayo para lo que le deparaba junio:
te pusiste delante de mí sin dejarme brillar como en un novilunio.
No tenía fuerzas en julio y dejaste de ser mi refugio.
Agosto y setiembre no duran para siempre,
y tampoco puedes sembrar donde ya está plantado.
Mi corazón heló como una noche de octubre
y terminaron todas esas incertidumbres.
No supe si guardarlas en un baúl
o enterrarlas en el ataúd de las costumbres.
Dejé de sentir por él
y me apropié de todo ese amor desinteresado
que le había regalado.
Esa fría noche de invierno me di cuenta
de que siempre había temido a la soledad,
pero que peor era estar con alguien que te haga sentir solo.
Seguí floreciendo en octubre,
exótica y extraña como un hibiscus.
Volé de flor en flor como las abejas en pleno noviembre,
pero el melifluo zumbido de mis alas
me hizo regresar a la colmena.
Diciembre fue el mes de volver a lo conocido,
de buscar mi cobijo.
Pero llegué a él y me percaté de que se había hundido.
Intenté reconstruirlo en enero, pero
¿cómo se repara un corazón triste
cuando el tuyo está hecho pedazos por su culpa?
Febrero fue el último, el definitivo.
No podía darle lo que él necesitaba
porque había arrasado con todo lo bueno
que se hallaba en mí.
No sé qué final tiene esta carta,
menos mal que sí lo tuvo nuestra historia.

Gracias por enseñarme que el verdadero amor
empieza en uno mismo.

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